sábado, 14 de abril de 2007

Frida Kahló

Comparto con ustedes una interpretación cosmológica de nuestra cultura, para reflexionar sobre la cualidad simbiótica que nos ha ido conformando.


a. Moises










http://www.tate.org.uk/modern/exhibitions/kahlo/roomguide.shtm

viernes, 13 de abril de 2007

La espiritualidad profunda

La espiritualidad profunda:

reto para una teología y una pastoral ecuménicas


Por Francisco Mena Oreamuno

(Noviembre 2003)

1. Ecumenismo, identidad y poesía

Para hablar de ecumenismo en el contexto de la explosión de nuevos grupos, de nuevos movimientos, de nuevas iglesias, de nuevos carismas, no puedo buscar los puntos de contacto en la superficie: las creencias, los dogmas, los ritos, las formas. Allí las relaciones requieren diferenciación, distancia, ruptura. Al contrario, si quiero hablar con un lenguaje profundo no puedo hacerlo desde afuera sino desde el corazón mismo de la condición humana y está se expresa en la poesía. La poesía real, aquella que expresa lo profundo de la condición humana. Ella no conoce diferencias sino empatías y simpatías. Yo, sangro, tu sangras, el y ella sangran y al final: nosotros sangramos. Con Jorge Debravo diríamos:

Vengo a buscarte hermano

Porque traigo el poema

Que es traer el mundo a las espaldas...

El acento que hoy damos a las formas y a la identidad es una agenda exigida por eso que llamamos “globalización”. Sentimos la urgencia y la necesidad de buscarnos a nosotros mismos en un espacio dominado por formas generales y generalizantes. De modo que, lo propio, se realiza a través de cadenas mutinacionales de comida rápida, de televisión, de religión. La homogenización de símbolos y la comunicación de los mismos nos hace experimentar la sensación de estar vinculados, pero no en fraternidad ni en dignidad. Estas dos últimas son componentes fundamentales de lo humano. El abrazo desinteresado, la mano amiga, el pan para el mundo, se nos presentan como formas de ser y vivir pero no de adentro hacia fuera sino de afuera hacia adentro. Recibimos el impacto de valores que en principio son válidos como la paz, la comunión, pero que suponen deberes, compromisos y en última instancia, estrategias.

Buscar nuestra identidad nos ha llevado a actuar más como contendores que buscan imponer el poder de una verdad. Pero el poder de esa verdad es una trampa que nos hace olvidar la verdad misma y adentrarnos en los laberintos del poder. ¿Quién tiene razón? ¿Quién tiene la salvación? No podemos partir el pan porque está primero el principio teológico que da valor del pan. Olvidamos el punto medular: el pan es para saciar el hambre. Producto del esfuerzo de todos y todas, producto de la humildad de reconocer que el pan, sin importar el poder que tenga cada quien, nos da fuerza para amar.

La profundidad de la experiencia espiritual está allí, en el encuentro humilde con el misterio y el misterio no es, primeramente, un problema teológico sino humano: el silencio de la conciencia que se enfrenta a la gracia del estar viviendo. Primero descubro la gratuidad de la vida, luego existo. Primero veo la fuerza de la vida latiendo potente en los huesos cubiertos de pellejo de una mujer que amamanta a un niño lombriciento. Luego viene el proceso de dar a esa conciencia una palabra que exprese su sentido. Pero aquí se quiebra la todopoderosa razón, pues no puede definir lo que la lógica contradice. En una situación tal sería mejor morir como dirá Job

3.3 "¡Perezca el día en que yo nací y la noche en que se dijo: "Un varón ha sido concebido!".

4 Que aquel día se vuelva sombrío; que no cuide de él Dios desde arriba ni haya luz que sobre él resplandezca.

5 Cúbranlo tinieblas y sombra de muerte, y repose sobre él nublado que lo haga horrible como día tenebroso.

6 Apodérese de aquella noche la oscuridad; no sea contada entre los días del año ni entre en el número de los meses.

7 ¡Ojalá fuera aquella una noche solitaria, que no hubiera canción alguna en ella!

8 Maldíganla los que maldicen el día, los que se aprestan para despertar a Leviatán.

9 Oscurézcanse las estrellas del alba; que en vano espere la luz y no vea el parpadeo de la aurora,

10 por cuanto no cerró las puertas del vientre donde yo estaba, ni escondió de mis ojos la miseria.

11 "¿Por qué no morí yo en la matriz? ¿Por qué no expiré al salir del vientre?

12 ¿Por qué me recibieron las rodillas y unos pechos me dieron de mamar?

13 Ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y tendría descanso

14 junto a los reyes y consejeros de la tierra, los que para sí reconstruyen las ruinas;

15 o junto a los príncipes que poseían el oro y llenaban de plata sus casas.

16 ¿Por qué no fui ocultado como un aborto, como los niños que nunca vieron la luz?

17 Allí dejan de perturbar los malvados, y allí descansan los que perdieron sus fuerzas.

18 Allí reposan también los cautivos y ya no oyen la voz del capataz.

19 Allí están chicos y grandes; y el esclavo, libre ya de su amo.

20 "¿Por qué darle luz al que sufre y vida a los de ánimo amargado;

21 a los que esperan la muerte, y no les llega, aunque la buscan más que a un tesoro;

22 a los que se alegrarían sobremanera y se gozarían de hallar el sepulcro?

¿No sería la muerte un reposo para quienes sufren en tales niveles que la vida se hace simplemente insoportable? Pero en la lógica del discurso de Job se va tejiendo el vacío de una potencial llenura. Job encuentra lo fundamental, no a Dios, sino su significado: el de ambos, el de Dios y el de él mismo. La vida es lo que se contiene en las entrañas de la esperanza. Por eso, la espiritualidad profunda no puede hablar de conceptos, de magisterio, de dogma o de la verdad probada o probable, sino de lo inútil. La vida es inútil porque solo sirve para ser vivida. Esta no tiene propósito trascendente. Su propósito es vivir. El descanso que tanto se anhela es equivalente a la muerte. La vida se fragua en el fuego de la tensión, del conflicto, del tesón y el coraje.

La vida persiste porque está llena de espíritu. Imposible de callar o detener, el espíritu une a todas las cosas. Fuerza turbulenta de la creación, el espíritu forma montañas y procrea selvas en los desiertos. Trae agua a las soledades y hace brotar flores, helechos, musgos, hongos allí donde aun el ser humano no ha caminado.

Isaías 32. 11 ¡Temblad, indolentes; turbaos, confiadas! ¡Despojaos, desnudaos, ceñid las caderas con vestiduras ásperas! 12 Golpeándose el pecho lamentarán por los campos deleitosos, por las viñas fértiles. 13 Sobre la tierra de mi pueblo subirán espinos y cardos, y aun sobre todas las casas en que hay alegría en la ciudad alegre. 14 Porque los palacios quedarán desiertos, el bullicio de la ciudad cesará; las torres y fortalezas se volverán cuevas para siempre, donde descansen asnos monteses y los ganados hagan majada, 15 hasta que sobre nosotros sea derramado el espíritu de lo alto. Entonces el desierto se convertirá en campo fértil y el campo fértil será como un bosque. 16 Habitará el juicio en el desierto y en el campo fértil morará la justicia. 17 El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. 18 Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras y en lugares de reposo.

2. Espiritualidad como experiencia plural

Pensaba en cómo expresar esta intuición de un modo articulado. Vino a mi mente una imagen de tres niveles:

Espiritualidad superficial

Espiritualidad

Espiritualidad profunda

Cada una tiene una marca y una dinámica. La primera, la espiritualidad superficial, sin que este adjetivo la desvalorice, se refiere a aquellas personas que han puesto su confianza en las formas, en los credos y creencias y que profundizan en ellas, las cultivan, y se esfuerzan por hacerlas crecer y estar fuertes. La atención al deber, el esfuerzo por cumplir las normas, la búsqueda de actuar honestamente frente a los requerimientos de la comunidad eclesial.

Me permitiré usar ejemplos tomados del evangelio de Juan. Veamos aquí algunos fragmentos del capítulo 9: los discípulos le dicen a Jesús: “Rabí, ¿quién peco, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” (v.2); los judíos afirman “nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios: pero ese no sabemos de dónde es.” (vv. 28-29); también dicen “Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?” (v. 34). Claro que, para nosotros hoy, es fácil entender que ellos estaban en un error y por ende, sus acciones contravenían la voluntad de Dios. Pero ¿qué hubiéramos hecho nosotros ante algo semejante? Pensemos que estos a quienes el Cuarto Evangelio llama judíos actúan bien, siguen su corazón, buscan defender y agradar a su Dios, el único que ha dado la ley como un acto de amor para que el pueblo alcance la paz.

La segunda, la espiritualidad, es un modo de ser que, si bien valora las formas, siempre deja un amplio margen al misterio, lo busca más intensamente y se encamina hacia senderos que relativizan tales formas, los credos y creencias, los ritos y celebraciones. Todo esto vale pero hay un algo que vale más, un lugar diferente de encuentro con lo trascendente. Por eso Nicodemo podría ejemplificar esta búsqueda: “Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue este donde Jesús de noche y le dijo: ‘Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tu realizas si Dios no está con él.’” (Jn 3.1-2) Nicodemo, por su posición, sabe mejor que nadie el valor de la tradición y las instituciones, pero lo que ve le abre un horizonte diferente que él está dispuesto a probar. La posición de Nicodemo contrasta con los niveles de polarización entre Jesús y los judíos que se observan en el Cuarto Evangelio.

La tercera, la espiritualidad profunda, ve en las formas puros instrumentos que en su diversidad expresan experiencias distintas. El camino que toma es el de la búsqueda. Entiende que su práctica es parte del todo de la vida, es ecológica no por convicción sino por necesidad: su salvación está en la salvación del todo. Valora el silencio como espacio de escucha, la vida es solo vida y en esa pequeñez encuentra el valor de todo y de todos y todas.

Esta última no es sincrética, no mezcla cosa con cosa, como si en última instancia todo fuera lo mismo. Al contrario, puede ver y valorar las fragilidades y el movimiento como patrones de un mismo canto: la sinfonía de los cuerpos latentes.

Volvamos al relato de la curación del ciego de nacimiento: “Jesús se enteró de que le habían echado fuera y encontrándose con él, le dijo: ‘¿Tu crees en el Hijo del hombre?’ El le respondió: ‘¿y quién es, Señor, para que crea en él?’ Jesús le dijo: ‘le has visto: el que está hablando contigo, ese es.’ El entonces dijo: ‘Creo, Señor.’ Y se postró ante él.” (Jn 9.35-38). El exciego habló ante los fariseos con el mismo lenguaje de ellos: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, mas, si uno es religioso y cumple con su voluntad, a ése le escucha.” (Jn 9.31). No es probable que el exciego pudiera tener una mentalidad diferente a la del entorno que lo consideraba deudor de un gran pecado, así que se expresa con las mismas categorías. No olvidemos que el problema que se plantea aquí tiene que ver con guardar el Sábado. El exciego, al contrario del sanado en el relato paralelo del capítulo 5, cree en Jesús y se postra ante él. Ahora es parte de otro mundo y otra dinámica. Si bien él es echado fuera, lo cierto es que él, también, sale.

En la espiritualidad superficial, curiosamente y al contrario de lo imaginado o imaginable, las formas superan a los cuerpos: Guardar el Sábado está por encima de sanar. Los cuerpos nos ligan a todo y eso, por su promiscuidad de relaciones, es amenazante, siempre tiende a la impureza. Para lograr domesticar el cuerpo, este debe verse en abstracto. Al perderse en lo abstracto, sus convicciones se constituyen tiranos que al final, terminan doblegándoles. Al recitar “creo en la resurrección del cuerpo” afirman el creo y supeditan a este, el resto del enunciado.

La espiritualidad en un segundo nivel, pone en balance ambas cosas, tanto el creo, como el resto “en la resurrección del cuerpo”. Así las formas y la búsqueda parecen equilibrarse y formar un conjunto armónico. El bien es el equilibrio. Nicodemo busca un punto de equilibrio que le permita mantener su posición y a la vez dar la oportunidad a Jesús, tal cosa se deduce de Jn 7.51: “¿Acaso nuestra ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?” Pero la ley sigue vigente. Es el punto de referencia. Si bien el cuerpo aparece, también está mediatizado por la ley.

La espiritualidad profunda parte de un lugar totalmente diferente de este enunciado aun cuando lo afirme: “cada organismo es una melodía que se canta a sí misma”. Es este punto de partida el que cambia todo: “Solo sé una cosa : que era ciego y ahora veo.” (Jn 9.25). El ver es un compromiso con otra realidad, el impacto de la gracia lleva a una nueva valoración del mundo, la conciencia no puede quedar igual o parecida a la de antes. Por eso mismo, este tipo de espiritualidad no es neutra:

El mundo es una extensión del cuerpo. Es vida: aire, alimento, amor, sexo, entretenimiento, placer, amistad, playa, cielo azul, auroras, crepúsculos, dolor, mutilación, impotencia, vejez, soledad, muerte, lágrimas, silencios. No somos seres del conocimiento neutro, como quería Descartes. Somos seres del amor y del deseo. Y es por esto que mi experiencia de vida es esencialmente emoción. En verdad, ¿qué es la emoción sino el mundo percibido como reverberación en el cuerpo? Un leve temblor que indica que la vida está en juego... ¿Neutralidad? Ni en los cementerios. Las flores, los silencios, los ángeles inmóviles, las palabras escritas nos hablan de tristezas que continúan reverberando en el universo de afuera. (Alves, 29)

La espiritualidad profunda relativiza el enunciado “creo en la resurrección” porque ¿cómo se puede creer en un enunciado que pretende aprisionar la efervescencia de la vida? ¿Qué importancia puede tener la afirmación “creo que estoy vivo”? Lo fundamental es saber que estoy viviendo y en ese saber, asombrarse a tal punto que, nuestra propia e íntima melodía reverbere de otro modo hasta unirse con la sinfonía de la creación.

3. Algo más sobre la espiritualidad

En este proceso de pensar acerca de la espiritualidad, encontré en un libro de la Asociación UNESCO para el diálogo interreligioso titulado Diálogo entre religiones. Textos fundamentales, editado por Francesc Torradeflot, las Conclusiones del III Seminario UNESCO sobre la contribución de las religiones a la cultura de la paz. Sobre la educación religiosa en un contexto de Pluralismo y Tolerancia (1998) (2002. España: Trotta, 61-70). Dichas conclusiones señalan lo siguiente:

Observamos que la espiritualidad es el ingrediente determinante de la experiencia religiosa, pues en ella tienen su fundamento las diversas religiones y es una respuesta al misterio de la vida; la espiritualidad es esencial a la vida humana tanto como le es la razón. El término espiritualidad expresa, en general, el deseo y el darse cuenta de una conciencia sin límites o de una realidad definitiva.

La espiritualidad, en cuanto expresión madura y más plena de cada tradición religiosa de todos los seres humanos, tiene las siguientes características universales:

- la capacidad de vivir moralmente;

- la felicidad humana encontrada en el bienestar de todos;

- la arraigada no-violencia y la ecuanimidad;

- la práctica espiritual regular; por ejemplo, la oración, la meditación, la contemplación, la liturgia, los salmos, el yoga, etc.;

- el maduro autoconocimiento;

- el servicio desinteresado y la acción compasiva;

- el compromiso en pro de la justicia y de la responsabilidad ante el medioambiente.

La espiritualidad es, también, un necesario contrapeso al excesivo materialismo del mundo contemporáneo. (62-63)

La propuesta de espiritualidad aquí dibujada apunta hacia las condiciones interiores y comunitarias de la espiritualidad profunda. Tal experiencia posibilita la construcción de relaciones humanas más ricas y abiertas. Dispuestas al encuentro con otros seres humanos como tales, buscando el contacto íntimo en el amor por la vida y la viabilización de relaciones de justicia sustentadas en la misericordia y la compasión. Así, la espiritualidad se transformaría en la reserva humana de esperanza y humanidad. Energía al servicio de la protección de la especie en relación visceral con el entorno. Con esto volvemos al tenor de lo que veníamos explicando en nuestra reflexión.

4. El cuerpo y el ecumenismo

En términos formales ecumenismo es el concepto que usamos para hablar sobre las relaciones entre grupos cristianos, la historia de sus relaciones, sus proyectos, sus azares. Cuando pasamos esta frontera debemos hablar de diálogo interreligioso porque el ecumenismo se reduce a relaciones entre cristianos. Las otras religiones presentan problemas teológicos diferentes. Sin embargo, ambos conceptos no captan la profundidad de esas diversas melodías, que aun sin conciencia, reverberan unas con otras y pueden construir variaciones melódicas nuevas.

La espiritualidad profunda está consciente del cuerpo. De nuevo Alves indica el camino:

Juan Bautista le manda preguntar a Jesús sobre el Reino. Y él le responde curando cuerpos: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son purificados...

Dios gana visibilidad y presencia en el cuerpo de Jesucristo, en el nacimiento, en los actos, en la muerte y en la resurrección de este cuerpo.

¿No será legítimo concluir que la manifestación de su Reino se presentará como el triunfo del cuerpo?

“Sabemos que el universo creado gime en todas partes como si sufriera dolores de parto...esperando que Dios nos vuelva sus hijos y libere nuestros cuerpos” (Ro 8.22-23)

¿Y el lugar de la teología? Forma parte de esta sinfonía de gemidos: habla sobre Dios, que es la confesión de una nostalgia infinita, que brota de este cuerpo tan bueno y amigo, que puede sonreír, acariciar, plantar, tocar flauta, hacer el amor, entregarse como holocausto por aquellos a quienes ama y también hacer teología.

Teología: poesía del cuerpo, sobre esperanzas y nostalgias pronunciadas como una oración (Alves, 39)

Así, la espiritualidad profunda nace de la conciencia del estar viviendo, y de allí, sin idolatrar nada, sin depender de nada, sin querer nada, se da a la tarea infinita de amar la vida. Las formas, instrumentos. Los credos, fotos de un río turbulento que corre detenido artificialmente en un punto de su camino. Las instituciones, gritos que decaen en el devenir de la historia. Pero ¿si las formas son instrumentos qué queda de la fe? Pues queda la vida: el descubrimiento de que la vida es un don cuyo sentido solo se alcanza en vivirla.

La espiritualidad profunda está cosida a la libertad, cuerpos que al no estar atados a nada, participan del todo en el espíritu, que es lo que da vida. ¿Puede el ser humano vivir con el abrumador peso de esta conciencia de vivir sin sentido, de solamente vivir? Quizá habría que preguntarse si podría vivir de otro modo. Si lo que hemos construido se puede llamar vida.

No se pasa, como por evolución de una espiritualidad a otra, probablemente vivimos las tres en distintos momentos. Como toda definición esta, para que sea útil, debe ser reduccionista, por tanto, tendenciosa. Es decir, pretende definir el todo por la parte, reduciendo el todo a la dinámica de un fragmento. He tratado de explicar una intuición que no me parece del todo arbitraria. La experiencia pastoral me dice que, los caminos que he transitado, crean dependencia, culpa, temor y epidérmicas seguridades que dan efímeras alegrías. Des-creer para vivir, sería mejor.

Por eso, hora que puedo abrazar debo abrazar, el abrazo tiene sentido no por el deber de abrazar sino por el gusto de percibir las reverberaciones de otro cuerpo. Cuando se nos dice que debemos amar, que el amor es el distintivo de quienes nos llamamos cristianos, entonces, la forma, en el acto del abrazo, toma control y la superficialidad que resulta, el último grado de profundidad de muchos, se hace poder, razón, verdad. El abrazo se marchita porque apunta hacia una realidad superior que ha definido la obediencia como sentido último y razón final de la vida humana: negarse a sí mismo es la condición para llegar a lo absoluto. Esto me parece un culto al más pobre egoísmo. El abrazo se torna asfixia, cadenas, secuestro. Sería mejor el enojo honesto, la renuncia conciente al abrazo. De modo que, uno sepa que, a quien abrace, le dará su más pura joya: su intimidad. Así sucedería con la fidelidad, la solidaridad, la fiesta, el elogio, la cooperación. Todo lo que se construye a partir del principio del deber o del imperativo termina dejando de lado la vida para vivir a pesar de ella misma. Se cumple el dicho popular “Dejar de amar a Dios por amar a Dios”.

5. Ecumenía y Ecología

Ahora ¿qué nos queda? Nada. Yo frente al espejo de mi mismo. Dorian Gray observando atentamente su retrato, aquel fresco y juvenil, este marcado por la vejez de su egoísmo. El espejo que tenemos delante habla sobre la historia de los egoísmos. De instituciones o grupos que se besan, sí, pero que se besan en la forma. Ahora, la historia, nos demanda un esfuerzo mucho mayor, y un compromiso más personal. No hasta con encuentros, aunque estos sean importantes. Se impone un vivir cara-a-cara. Sobre todo vivir. La vida es el tema de la sinfonía que nos toca continuar componiendo. Si bien, la vida, necesita formas, estas son metáforas de otras metáforas. La verdad es la composición misma: la melodía que se canta a sí misma en el entramado de la creación.

Ecumenía sería la dinámica de las comunidades humanas que se cantan a sí mismas en la cotidianidad. Allí donde la energía del Espíritu convoca para crear cosas nuevas. En este nivel de profundidad, el ser humano, es solo eso, humano. Aprendiz, cuando mucho, del arte de vivir. Aprendiz atento de otras formas de vida que se esfuerzan en la tarea interminable de sobrevivir. Hermanos y hermanas de las aves, de las piedras, de una tierra que respira como nosotros. Habitantes de un mundo dominado por una especie que, se considera superior, pero que está tejiendo su propia mortaja con basura, con gases, con industrias monstruosas, con filas interminables de carros, con megaciudades. El camino de la ecumenía se cruza constantemente con los caminos de la ecología y por eso, la experiencia espiritual que nos vincula, se cimenta en el amor desapegado, gratuito por la vida.

La ecología más que una ciencia, es una conciencia de la estructura de la comunidades de sistemas de vida: ecosistemas. La tierra es, nuestra casa, pero somos huéspedes en ella, no dueños. Las formas que nos orientan son enormes conjuntos de símbolos nacidos de nuestras propias entrañas. Las apreciamos, pero se gastan con el tiempo. Envejecen. Debemos dejarlas con gratitud por su servicio. Cuando las formas se vuelven interesadas, cuando no aceptan su propia muerte, debemos recordar que, somos nosotros quienes morimos para que ellas vivan.

No veo cómo continuar viviendo si antepongo mis formas a la vida misma. La vida supera cualquier cosa. Nada la detiene. Cuando algo la coarta, esta emerge caótica en otro lugar. La vida es la metáfora de Dios, rebelde, persistente, acogedora, brutal. La ecología nos ayuda a entender esta energía que corre por las venas de la tierra, y en ella, por nuestras venas. Tenemos la misma sangre. Si la tierra sangra, yo sangro, si una hermano o una hermana, sangra, yo, también, sangro. El dolor de la guerra, aunque lejana, es mi dolor. Mis entrañas duelen, cuando triunfa la mentira. Duelen cuando se asesina a una persona inocente para sostener un sistema político. Duelen cuando se destruye un bosque para hacer muebles de exportación.

La espiritualidad profunda habla de la conciencia de estar vinculados a las diversas formas de vida. Este es el eje teológico de la ecumenía: la empatía entre todas las cosas. Así, aunque los nuevos movimientos religiosos nos parezcan extraños o, incluso, bárbaros, lejos de la perfección de nuestros sistemas teológicos, lo que debemos buscar es esta energía del espíritu que los habita. Allí, encontraremos las bases para un abrazo honesto. De este abrazo valiente, nace la pastoral, como diálogo entre iguales, en donde ya no hay ni varón ni mujer, ni esclavo ni libre, ni griego ni judío, ni circuncisión ni incircuncisión, sino la Nueva Creación (Gá 6.13).

6. Una conclusión

¿Tendremos los recursos humanos, las reservas de amor, la energía para buscar una forma de espiritualidad que nos permita ver las cosas de otra forma? Quizá, al fin y al cabo, saber que tenemos razón en nuestra propia tradición es el mejor camino, el más seguro, aquello que nos lleva a la paz. Quizá el desconcierto de explorar la vida con una libertad, más allá de lo imaginable, sería como hacer presente el peor de los infiernos. Sea como sea, el reto de la gestación hoy, de cientos de movimientos religiosos nuevos, no es tan importante como el problema que se observa en nuestra incapacidad de crear nuevas metáforas, nuevos símbolos que hablen de la experiencia vivida de la gracia. Símbolos que expresen el ser profundo del ser humano:

Como si amar fuese nuestro oficio eterno...(Debravo)

Bibliografía

Alves, Rubem. 1981. La Teología como Juego. Buenos Aires: Aurora.

Torradeflot, Francesc. 2002. Diálogo entre religiones. Textos fundamentales. España: Trotta.